domingo, 22 de diciembre de 2013

Proyecto de diciembre: El tic navideño






"Sí"




— ¡Mama, Mama, mira es Papa Noel! 
 

Todos los chicos se acercaban al papa Noel que estaba a la entrada de la juguetería. La quedaba muy bien el disfraz que había alquilado la tienda, para llamar la atención le habían puesto unos cascabeles en el gorro. Cada vez que movía la cabeza sonaban los cascabeles y no paraba de moverla, de delante a atrás, como diciendo sí. No paraba, siempre sonriendo y teniendo amables palabras para los niños. Hacía mucho frío, era el peor invierno de los últimos tiempos y de vez en cuando tenía que meterse en la tienda para no helarse. Dentro continuaba moviendo la cabeza, aunque la decían que podía parar, continuaba moviéndola y sonriendo.

Era su mes de felicidad, luego quedaban once meses de angustia, desesperación, ansiedad y ganas de morirse. Pero aún la quedaban veinte días para disfrutar, todos pensaban que mover la cabeza lo hacía para hacer gracia, pero nadie sabía que no podía parar. Desde que quisieron robarla el bolso al salir de la discoteca, hace ahora tres años, su vida cambió radicalmente.

La manía de abrazar el bolso la acepto como medida de seguridad y no le dio ninguna importancia, incluso la pareció bien. Sin embargo no poder ir sola por las noches, la afecto mucho, muchísimo pues estaba viviendo con Juan y cuando volvía a casa por las noches no era capaz de ir sola desde el coche al portal; cuando aparcaba un poco lejos llamaba a Juan para que bajara a buscarla y subir juntos, pero cuando ella llegaba la primera, la entraba tanta ansiedad que se quedaba bloqueada. Incluso, estuvo bastantes días esperándolo en el coche.

Fue a varios psicólogos y todos más o menos la mandaron hacer ejercicios de relajación e ir oyendo música para distraerse. Se le fue quitando el miedo, fue una lucha titánica contra ella misma pero al final venció. Pero cada vez que disminuía su miedo comenzaba a mover la cabeza de delante hacia atrás, como diciendo sí. Este movimiento cada vez era más acusado, iba por la calle y todos se quedaban mirándola. No podía parar y la daba una rabia terrible.

En el trabajo, la miraban de forma distinta, la tenían compasión, pero muchas veces la imitaban y cuando se daba cuenta rompía a llorar en silencio. La llamaban cariñosamente “Si”, pero ese nombre la dolía mucho más.

Poco a poco fue pasando la Navidad, solamente el pensar que tenía que quitarse el disfraz y caminar por la calle otros once meses, la volvía loca. Cada vez tenía más ansiedad y le era imposible conciliar el sueño, tenía que tomarse pastillas para dormir.

En Navidad era muy feliz, sobre todo cuando los niños se acercaban a darla besos y la decían “te quiero”.



Feliz Navidad Adictos, os mando un abrazo.



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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Proyecto de noviembre. (Relato en primera persona cambiando el género)



 
¡Chilla como una loca!




¡Ring, Ring!
—¿Quién es?  —chillo desde la cama. « ¿Quién será a estas horas de la mañana? ».
¡Ring, Ring, Ring!
—¡Ya va! —Me arrimo a la mirilla y veo a tres hombres uniformados —. ¿Quién es? —Vuelvo a chillar.
—¡La policía . Abra, por favor!
 ¿Dónde tengo las llaves?, me están pidiendo que abra y no las encuentro.  Las deje en la mesita, voy por ellas.
Les abro la puerta con mucho miedo, pues últimamente hay muchos atracos por el barrio, pero estos parecen policías auténticos. Joder, como está el moreno.
—¿Qué quieren?
—¿Trinidad Fernández? La tenemos que llevar a la comisaria, han puesto una denuncia contra usted.
—¿Por qué? — les pregunto con mala leche.
—Por romper el silencio nocturno y alborotar en casa —dice el moreno, muy serio.
«No me lo puedo creer ¿Yo, alborotar? ».
—Se han equivocado, vivo sola.
—La vamos a detener y a llevar a la comisaria —El moreno la coge del brazo y se la lleva en bata.
—¡No! No puede ser —¡Qué me vais a detener! ¡Cabrones! —Os habéis confundido. «¿Quién puede quererme tan mal ? ¿Qué me está pasando? Me lleva la policía detenida. Con cuarenta años y ya en la cárcel. ¿Por qué?  ¡Ya sé! La Beba, será cabrona. Mira, si está en la ventana viendo como me llevan, la muy guarra ».
—¡No me empujen! Que puedo sola.
 «Vaya coscorrón que me he pegado con la puerta del coche. Pero la Beba no puede haber visto nada, lo he hecho con las luces apagadas, en silencio; bueno, un gritito he pegado, pero no era para tanto. Es imposible, lo tenía todo planeado, como vivo sola no molesto a nadie y puedo hacer lo que quiera ».

Me acuerdo que todo empezó en un programa de radio, hablaron de películas y una en concreto de Alfred Hitchcock : "El hombre del Sur" ; uno que apostó que encendía el Zippo diez veces   por un coche de lujo a cambio del dedo meñique, y perdió.
«Voy a repetir la apuesta y ganarla».
« ¿Cómo lo voy a hacer? Ya sé, con el Zippo que me regalaron por mi cumpleaños. ¿Qué me puedo jugar? Un pellizco en la tripa, y ponerme veinte pinzas en una oreja. Hacerme la cera allí abajo, pero tirando, me da corte decirlo; lo voy a decir chillando».
—¡Hacerme la cera en el chichi y tirar!
«Ya lo he dicho, me he quedado a gusto, voy a ganar mi apuesta. Para ponerle más morbo me voy a dar un poco de nívea en las manos. Estoy contentísima, voy a ganarle a Alfredo».

Y dicho y hecho, en la mesa camilla del salón he puesto el mantel como recordaba en la peli y el Zippo. Me duché y me puse la ropa más provocativa que tenía, estaba sola, que más daba. El liguero de tul y terciopelo que me regalo Mariano, la combinación negra transparente que me regalo Felipe (sin sujetador) y los zapatos de súper tacón que me compré en Navidad.

Para dar ambiente busqué en YouTube “música de terror” y me salió una música de pablokro, y la puse a todo volumen.

No me quería sentar, así que cogí el Zippo y comencé a encenderlo.

¡Zas¡ y no funcionó la primera vez.
¡Zas!, ¡Zas!, ¡Zas! ¡Zas! Cinco veces, me paro y respiro.
¡Zas! Continúo, y en la sexta noto que se me escurre el Zippo, me pongo nerviosa y pienso que me he pasado con la nívea de los cojones.
¡Zas! Siete.
—¡Coño! Casi se me escapa.
¡Zas! Ocho.
—¿Por qué habré sido tan bocazas?
¡Zas! Nueve, y casi se me escurre de las manos.
No podía ser, era una tontería de nada y me estaba poniendo nerviosa. Me  sequé de la frente el sudor que tenía.
¡Clink! Diez.
—¡Coño, joder! Se me acaba de caer el cabrón del Zippo. ¡He perdido! Una cosa que me parecía tan fácil, la he complicado y he perdido. Ahora tengo que cumplir, y eso de despellejarse tiene su miga.

« Ya sé, me daré solo en un lado. ¡Ni de coña! Bueno, solo un poco arriba, como si fuera una mancha. ¡Soy gili o qué!  ¡Ya se! Con unas pinzas me cojo un pelo y tiro, y luego chillo como una loca» 




Un abrazo a todos los adictos, y a mi correctora Pato.





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miércoles, 30 de octubre de 2013

Proyecto de octubre: Terror



Una botella jodida





En medio de las tierras castellanas, hay un pueblecito pequeño. Vapuleado por los vientos y las lluvias de otoño y las nieves de invierno. Sus casas siempre blancas en verano ahora parecen copos de nieve. En la plaza, enfrente de la Iglesia, se alza una casona grande; con el tejado muy trabajado, que de vez en cuando hospeda goteras.

Sus dueños, una familia de Madrid que llega todos los viernes y fiestas de guardar, la animan y la dan vida por unas horas los fines de semana.

Hoy es treinta y uno de octubre y se están preparando para la fiesta de Halloween. La casa esta abarrotada de gente, la familia además de venir con sus tres hijos ha venido con primos y sobrinos para celebrar la gran noche, en honor de la prima Ana que ha llegado de Miami con Tom, su marido.


Las primas están preparando un gran pavo, que no les cabe en el horno y lo tienen que trocear. Los primos están preparando la mesa, en el gran salón y han encendido la chimenea.


¿Tom, te gusta la casa? le pregunta José a su primo, mientras coloca las sillas.

Sí, pero me parece un poco vieja.le responde Tom, arrugando la nariz.

—Tienes razón, está demasiado tiempo sola. Algunas veces cuando venimos parece como si nos rechazara, le crujen las puertas, las vigas y hay goteras. En el sótano hay un ping-pong, una leñera fría  y  una bodega muy oscura, solamente bajamos para coger algunas botellas. Es un lugar ideal para guardarlas. Le responde José.


Continúan hablando y oyen:


¡A cenar chavales, la comida está lista! Les dice Marisa desde la entrada de la cocina. ¿Papi, has subido el vino? —Lo dice con una sonrisa.

No, ahora bajo.le responde José y a continuación dice: — ¡Víctor baja a por vino, del que le gusta a mama!

Ahora no, estoy ocupado. le responde Víctor. Un buen chaval, cumplirá ocho años en diciembre. Travieso como él solo, se mete en todos los líos que puede y al final sale con una sonrisa como si no hubiera pasado nada, enseñando los huecos de los dientes que se le han caído y una cicatriz en la mejilla por escaparse por la ventana de su habitación y arañarse con un clavo.

¡Qué te he dicho! –le responde su padre, con un poco de cabreo.

¡Va! ya bajo. –responde Víctor condescendiente. Se pone en camino, cruza el salón y abre la puerta que está al lado de la chimenea al fondo del salón y comienza a bajar por la escalera.


No le gusta demasiado bajar a por vino, hay que pasar por la leñera y da escalofríos; le da miedo el silencio. Las luces están al final, tiene que bajar primero las escaleras, son trece peldaños. Los va contando en voz alta pues cada vez ve menos. El sonido de risas de arriba se va apagando, se queda en un pequeño susurro. Por fin llega hasta las llaves, las da, pero en lugar de encenderse las tres, solo se enciende una. La que está encima de él, las otras dos hasta llegar al botellero están apagadas. Tiene que pasar por la oscura leñera. Con mucho cuidado pasa corriendo y al fondo del todo están las botellas. Están todas sucias, y busca las que le gustan a mama. Son unas botellas con etiqueta dorada, las ve, pero están allí arriba. Busca con la mirada una escalera, ve una silla. La coge y se sube encima, se pone de de puntillas y muy rápidamente coge una botella. Cuando esta bajando de la silla oye un ruido a su espalda. Los pelos de la nuca se le ponen de punta.


¡Quien está escondido! –dice con voz queda. Está muy asustado.


Cuando vuelve a pasar por delante de la leñera le sale una rata entre los leños, dándole un buen susto que se le cae la botella de la mano, rompiéndose. Duda en volver a por otra o subir, cuando mira hacia donde ha salido la rata, ve dos puntos brillando al fondo, como si fueran unos ojos. Se acojona, no sabe qué hacer, pero armándose de valor se acerca al oscuro agujero. Mueve la cabeza y ve que hay algo y echándole valor se remanga y mete la mano.

¡Ay! –la saca y ve que se ha cortado en el dedo gordo, le sale sangre. Se lo chupa y vuelve a meter el brazo, lo ha metido hasta el codo y aún no ha llegado al final.  Cuando llega al final se queda paralizado, y saca la mano con fuerza; saliendo corriendo escaleras arriba. Tiene todo el brazo bañado en sangre y algo en la mano.

¡Mama! ¡Mama! –corre Víctor gritando.

Qué quieres, que pasa, ¿Has subido la botella? –le pregunta Marisa. En ese momento se queda de piedra al ver la manita de Víctor llena de sangre.
¡La he encontrado!  la pulsera que has perdido el año pasado. Estaba en la leñera. –exclama Víctor más ancho que largo y con una sonrisa de oreja a oreja enseñando su rota dentadura.

Un abrazo adictos





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martes, 3 de septiembre de 2013

Encuentro en Molin Rouge





— ¡Pues me voy! que se ha creído que me va hacer esperar toda la tarde  -mira un poco enojada el reloj-  son ya las cinco y media y aún no ha llegado. 

María, está estudiando en Paris filosofía, el viernes pasado en la fiesta que dio Pierre unos de sus invitados era un amigo suyo que acababa de venir de Venecia, Flavio.  Desde que Pierre se lo presento le  gusto, el chico prometía, con unos ojos color topo preciosos y un buen culito, era alto y fuerte, cuando se pusieron a charlar la cautivo su forma de mirarla, se encontraba muy  a gusto hablando  y por eso cuando la pidió volver a verla puso pocos inconvenientes, y como conocía poco Paris quedaron en la puerta del Molino Rojo. 

Se estaba poniendo nerviosa. Se había puesto el vestido azul que tanto la favorecía, con  escote por la espalda, y corto que con los zapatos de tacón la hacían las piernas muy largas.



—Voy a llegar tarde, esto de no saber bien las calles es doloroso. Me había creído que estaría cerca pero son ya las cinco y media y me faltan cinco minutos aún por llegar, ¿Me estará esperando?  Si no llega a ser por la florista, que se ha enrollado conmigo ya estaría allí.

Esto se estaba diciendo Flavio, andando muy deprisa y con un ramo de flores en la mano, todo rosas rojas envueltas en papel transparente y con un lazo amarillo.  Como sorpresa final llevaba también una pulsera de fantasía, que pensaba dársela para seducirla. Se había puesto una camisa blanca, con pantalones azul marino. 

La vio de lejos y escondió el ramo para que no lo viera hasta que estuviera cerca.



— Mira ya viene, está buenísimo, —pensaba María,  mirando para otro lado como si no se diera cuenta. El ramo es precioso, ¿Sera tonto y ahora que hacemos con el ramo? ¿Pues vaya idea? pues me sigue gustando...

— ¡Hola, ya estoy aquí!  Me he liado con las calles ¿Llevas mucho tiempo esperando?
—Sí, un buen rato. —Exclamo María un poquito seria pero sonriendo con los ojos.
—Estas preciosa, toma. —y le da el ramo de flores—.
—Muchas gracias, —las huele- son preciosas, —exclama María y con movimiento rápido le da un beso en los labios, pillándole desprevenido.
—Gracias a ti, pero la próxima vez avisa y me preparo.

Ella le mira seductora, se ríe y comienza a andar dándole la espalda. — ¿A dónde vamos?. — le dice con una sonrisa—.
—Fabulosa, me perdería recorriéndola -dice Flavio-.
—Que dices, no te entiendo.
—Tu espalda, es preciosa. Si continúas así me volverás loco.

Tomaron un taxi y fueron a la Torre Eiffel y subieron hasta el piso 30, tenía una mesa reservada a nombre de Corleone. Se veía todo Paris. Entre las estrellas, las luces de los edificios y los coches, una noche maravillosa.

Estuvieron charlando y contándose que estaban estudiando en Paris. Se lo estaban pasando en grande.

—He reservado en el restaurante de la Torre una mesa para dos, ¿te apetece? y después he reservado unas entradas para ir al teatro ¿te gustaría ir?

—De acuerdo, me dejas sin palabras, no se lo esperaba. —pero la gusta mucho, sobre todo la sorpresa.

Terminaron y se fueron andando por las calles hasta llegar al teatro donde representaban la opera . Subieron al palco y nada más sentarse se quedó extasiada, y cuando se levantó el telón Flavio la cogió de la mano,  y así vieron la obra.

Cuando iban a salir del palco, sin mucha prisa, Flavio se la quedó mirando, la abrazo y suavemente la beso. 

Salieron e iban callados, el rodeándola con el brazo por la cintura, ella acurrucada en su abrazo dejándose llevar.

— ¿A dónde vamos? — le pregunto María.
—Me tienes suspirando por ti toda la noche, ¿Me dejas volverme loco contigo?.

Ella se acerca, le besa y dice en un susurro —Si—
— ¿Qué has dicho?
¡Que sí, bobo!.

Un abrazo a todos mis lectores.



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